Hay silencio en los pasillos del periódico; aún nadie llena los pasos acelerados que anunciaban su llegada. Su escritorio está vacío y no hay grupos musicales esperando en la entrada para ser entrevistados. Todo ha cambiado desde que se fue, hasta el diseño y el nombre de su legado; no hubo de otra, para honrar su memoria habría que hacerlo con otras palabras.
Ya pasó un año. ¡Qué relativo es el tiempo! Para algunos ha sido un eterno aliento debajo del agua y para otros un parpadeo. Pero hace falta, mucha… quizá de más. No se olvida tan fácil a un hombre con esa voluntad que bordeaba en la terquedad y esa franqueza que se confundía con ingenuidad. Don Manny, el señor Manuel García, cumple su primer aniversario luctuoso.
El 23 de diciembre de 2018 se le acabaron los suspiros y empezaron nuestros sollozos. Se fue y se llevó sus misterios. A él, que tenía la mala costumbre de llegar tarde, se le adelantó la muerte; pero no contaba con la astucia del destino que le tenía preparado un para siempre.
Don Manny será para siempre esa presencia que se siente en las noches de cierre de edición y en la fría sala de juntas donde solo quedan las marcas de los reconocimientos del ayer.
El señor García, como le decía su comadre Miriam, será para siempre el pionero del periodismo en español en Arizona, el reportero comunitario, el fotógrafo de lo más real de la sociedad, el repartidor atrabancado y el jefe despistado.
Manuel será para siempre el hombre que consentía a los suyos, que hacía caricias ariscas y era brusco al tacto, el papá alcahuete y el empresario al que su poca conocida historia le había curtido el rostro, las arrugas y las manos.
Su silla sigue fría; el luto se ha instalado en ella. Su libro se quedó abierto en una página a medio escribir, con la pluma suelta, como si quisiera que alguien más terminara el capítulo que el corazón no le permitió desahogar.
No tuvo tiempo de pasar la batuta.
Quizá se lo llevaron sus secretos y sus dolores; tal vez fue el querer tanto. Por eso se siente que no se ha ido, como si su espítitu se aferrara a brindar abrazos a regañadientas, sedientos siempre de amor y comprensión, porque esos ojos azules hablaban de las heridas que el filo de la vida le había dejado en el alma… y así se convirtió, muy a su pesar, en un legado, un recuerdo y un misterio. Sí, el fundador del prestigioso periódico Prensa Hispana y la inspiración de Prensa Arizona, se fue acompañado de rezos y letras a la eternidad.
Mucho ha pasado desde su partida y las historias se podrían contar a la par de las lágrimas derramadas. La imprenta se paró. Se pusieron en pausa las ocho columnas. Había demasiados hubiera. Pero su ejemplo fue tan fuerte como su recuerdo y la tinta volvió a correr, a pesar de todos, a pesar de él. Todos quisimos tomar su pluma para terminar esas páginas que dejó en blanco; para que nadie lo olvide, para que su muerte no se llevara también su legado. Y así es como lo recordamos en cada edición, con cada plana, en cada anuncio, en cada contrato cerrado… y en esos ojos tan parecidos a los suyos, los de Génesis.
Para ella, su niña consentida, también se convirtió en un para siempre… en su para siempre. El duelo la obligó a enfrentar eso tan despiadado que puede ser la muerte de aquel a quien uno más ama.
Siento tu presencia, estás aquí conmigo, en mis sueños y en mis desvelos, en mi vida y tu eternidad, en mis ojos que son los tuyos, en mi sonrisa que es tu espejo, en mi corazón que es parte el tuyo que te falló, en estos brazos en los que te sentías en casa, en esta vida en la que me haces tanta falta.
La niña de sus ojos sobrevive cada día a los temores y los recuerdos; quizá por la fortaleza que le da el amor de su madre o tal vez porque lo lleva a él muy aferrado en los genes y el corazón. Y es que se parecen tanto. Ella es -irónicamente- su para siempre en vida.
Sí, don Manny es un para siempre con muchas definiciones. Para mí será un gracias eterno.
Descanse en paz, don Manny García.