La muerte del papa Francisco desencadenó un cónclave marcado por la búsqueda de equilibrio entre herencia pastoral y desafíos globales.. Foto: Cortesía / Vatican News
La muerte del papa Francisco desencadenó un cónclave marcado por la búsqueda de equilibrio entre herencia pastoral y desafíos globales, los 120 cardenales electores, la mayoría nombrados por el pontífice argentino, debatieron en secreto el futuro de una Iglesia fracturada entre reformas y tradición.
Entre los candidatos destacados figuró Pietro Parolin, secretario de Estado vaticano y arquitecto de acuerdos diplomáticos como el polémico pacto con China. Su manejo de la burocracia y conocimiento de América Latina, donde sirvió como nuncio, lo posicionaron como favorito entre quienes buscaban continuidad. Sin embargo, su vinculación al escándalo inmobiliario en Londres y la ausencia de experiencia pastoral pesaron en su contra.
El húngaro Peter Erdő, arzobispo de Budapest, emergió como figura conciliadora. Con amplio respaldo europeo y africano, fruto de su liderazgo en el Consejo de Conferencias Episcopales Europeas, su perfil teológico conservador pero pragmático atrajo a electores que valoraban diálogo intercontinental.
Te puede interesar: Funerales para el Papa Francisco serán el 26 de abril
En América, el nombre de Robert Prevost resonó con fuerza. Nacido en Chicago pero formado en Perú, su labor como prefecto del Dicasterio para los Obispos y su cercanía a las necesidades de América Latina lo perfilaron como un puente entre Norte y Sur. No obstante, su nacionalidad estadounidense y juventud relativa generaron escepticismo entre quienes temían una influencia geopolítica excesiva.
Christoph Schoenborn, arzobispo de Viena, representó la síntesis entre legado de Benedicto XVI y apertura. Defensor de la acogida a divorciados y crítico de encubrimientos de abusos, su enfoque personal, influido por su propia historia familiar, lo acercó al ala reformista, aunque su edad límite (80 años) limitó su impulso.
Marc Ouellet, canadiense retirado de la Curia, simbolizó el brazo investigador de Francisco. Al frente de las pesquisas contra obispos encubridores, su acceso a información sensible sobre colegas lo convirtió en figura tanto respetada como temida. Su defensa del celibato y oposición a la ordenación femenina lo alinearon con conservadores, pero su avanzada edad diluyó su candidatura.
El filipino Luis Tagle, cercano a Francisco y líder de la oficina de evangelización, encarnó la esperanza de un primer papa asiático. Su carisma y raíces chinas fueron ventajas, pero su juventud relativa, 67 años, generó dudas sobre un pontificado prolongado.
En Italia, Matteo Zuppi, arzobispo de Bolonia, destacó como “cura callejero” al estilo francisquiano. Mediador en Mozambique y enviado a Ucrania, su trabajo con la comunidad Sant’Egidio y apoyo al diálogo LGBTQ+ lo posicionaron como heredero natural del enfoque social del papa argentino. Sin embargo, su perfil progresista dividió a electores buscando un liderazgo más neutral.
La sombra de Reinhard Marx, arzobispo de Múnich, planeó como recordatorio de las heridas alemanas. Aunque impulsor de reformas como el “camino sinodal”, su asociación con debates sobre celibato y ordenación femenina lo alejó de conservadores. Su oferta de renuncia por casos de abuso —rechazada por Francisco— añadió matices de humildad, pero también de controversia.
En África, Robert Sarah, exministro litúrgico, representó el último bastión conservador. Su choque con Francisco por el celibato y cercanía a Benedicto XVI lo hicieron ícono de la resistencia tradicionalista, aunque su edad y el escándalo por el libro coescrito con el papa emérito dañaron su viabilidad.
¡Únete a nuestro canal de Facebook! Entérate primero que nadie de las noticias
Ante la ausencia de un claro sucesor, los cardenales optaron por un pontificado puente: alguien que mantuviera el rumbo reformista sin alterar radicalmente estructuras. Parolin, con su perfil diplomático, y Erdő, como moderador continental, emergieron como opciones seguras.
Sin embargo, la historia advierte que cónclaves pasados sorprendieron con nombres inesperados, como el mismo Bergoglio en 2013, recordando que, en la Capilla Sixtina, el Espíritu Santo suele preferir giros dramáticos a guiones predecibles.